
Al frente del convento de San Francisco, en Tunja (Boyacá), existía la estatua, en piedra de un perro. Dicen los habitantes de la región que el canino era visto por ellos, a media noche, arrastrando sus cadenas, emitiendo fuertes aullidos y encendiendo sus ojos, como si fueran bolas de fuego.
Se rumora que al perro le gustaba entrar a los portones que quedaban abiertos durante la noche y que además frecuentaba las casas en donde se estaban realizando velorios.
El perro despertaba el pánico entre los pobladores. Por eso, se convirtió en una costumbre revisar el portón antes de ir a dormir.
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