Yuche vivía desde siempre, solo en el mundo. En compañía de las perdices, los paujiles, los monos, y los grillos había visto envejecer la tierra. A través de ellos se daba cuenta de que el mundo vivía y de que la vida era tiempo y el tiempo... muerte.
No existía sitio más bello que aquel donde Yuche vivía: era una pequeña choza en un claro de la selva y muy cerca del arroyo enmarcado en arena fina. Todo era tibio allí; ni el calor ni la lluvia entorpecían la placidez de ese lugar.Dicen que nadie ha visto el sitio, pero los Tikunas esperan estar allí algún día.

Una vez Yuche se fue a bañar al arroyo, como de costumbre, llegó a la orilla y se fue introduciéndose en el agua hasta que casi estuvo enteramente sumergido. Al lavarse la cara se inclinó mirándose en el espejo del agua; por primera vez notó que había envejecido.
El verse viejo le entristeció profundamente: - Estoy ya viejo... y sólo. ¡Oh! si muero, la tierra quedará más sola todavía.
Apesadumbrado, despaciosamente emprendió el regreso a su choza. El susurro de la selva y el canto de las aves lo embargaban ahora de infinita melancolía. Yendo en camino sintió un dolor en la rodilla, como si lo hubiera picado algún insecto; no pudo darse cuenta, pero pensó que había podido ser la picadura de una avispa.
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